Taza Khet
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En los orígenes
La mano
Cada curva, cada grosor, cada línea nace del gesto. La mano guía, ajusta, recomienza. Imprime un ritmo, una atención, una intención en la arcilla. Es la mano la que moldea sin artificios, sin máquinas, lo más cerca posible de la materia. En este diálogo silencioso entre la mano y la arcilla, la pieza va tomando forma: imperfecta, viva, única.

Arcilla
Fruto de la lenta erosión de las rocas, pacientemente desintegradas por el viento, el agua y el tiempo, es el resultado de millones de años de transformación silenciosa, en el corazón de los paisajes. Todo comienza allí. De este material simple, moldeado por el tiempo y los elementos, que hace posible cada pieza.

La roca
Sílice, feldespato, caolín, etc. Estos minerales, molidos y extraídos de las rocas, son la materia prima esencial para la elaboración de nuestros esmaltes. Cobran vida en el taller, según recetas precisas. Una vez aplicado a la pieza, el esmalte se vitrifica a altas temperaturas, revelando texturas, matices y profundidades.

Agua
El agua está en todas partes. Es el principal vector de erosión, el que transforma lentamente la roca en arcilla. También es esencial en cada etapa de nuestro trabajo: ablanda la tierra, posibilita el modelado y une las materias primas de nuestros esmaltes. Presente tanto en el gesto como en el material, el agua es un elemento discreto pero esencial; sin ella, nada cobra forma.

El aire
El aire actúa silenciosamente. Con el tiempo, moldea los relieves y ahueca la roca, contribuyendo a la erosión que da origen a la arcilla. En el taller, es el aire el que permite que las piezas se sequen lenta y naturalmente. Acompaña cada paso del proceso, sin ser visto. El aire es invisible, pero esencial. Forma parte del largo proceso que da vida a cada pieza de cerámica.

El fuego
Tras días de moldeado, secado y espera, las piezas entran en el horno. La arcilla se transforma, se endurece, se espesa y se convierte en cerámica. El esmalte se funde, vitrifica y revela sus matices. En pocas horas, las piezas se vuelven incandescentes, casi líquidas. Cada cocción es única e impredecible. El fuego determina, en parte, el resultado final. Es el fuego el que sella la forma y graba la materia con el paso del tiempo.